Los aztecas eran un pueblo agricultor que se asentó en el centro del valle de México.
Para ellos la caída o ausencia de la lluvia era una cuestión de vida o muerte, ya que vivían fundamentalmente de los cultivos. Por esta razón el culto a Tlaloc, dios de la lluvia y del relámpago, fue de los más extendidos. Su importancia puede comprobarse al encontrar su imagen en numerosos templos. Como otros dioses de la Mitología azteca Tlaloc era honrado por los creyentes con sacrificios y ofrendas de comidas. Siendo sus más fervorosos peticionarios los agricultores, pescadores y marineros.
Se le atribuía una fuerza suprema, benéfica para los humanos en ocasiones y en otras desastrosas; podía fecundar las tierras y hacer crecer las cosechas, o enviar relámpagos, granizo, provocar inundaciones o sequías.
Generalmente se le representa por sus ojos saltones y por sus dientes de jaguar.