Mucho antes del descubrimiento de los microorganismos, la humanidad ya conocía algunos procesos debido a la actividad vital de estos, por ejemplo la fermentación del jugo de uvas y de la leche. Los médicos y naturalistas se esforzaban por descubrir las causas de las enfermedades. En aquella época, asolaron epidemias como lepra, viruela, peste negra, tifus pero como no se conocía el origen de estas enfermedades, se las atribuía a castigos divinos.

Un día por el año 1700, en Austria, un vendedor de telas llamado Antón Leeuwenhoek, utilizando un aparato que él mismo había creado con una lente, se le ocurrió observar una gota de su propia saliva. Se sorprendió al encontrar unos organismos muy chiquitos que se movían por todos lados y decidió llamarlos “animálculos”. Luego siguió observando gotas de agua de charcos y muchas cosas más. Casi sin proponérselo había inventado uno de los primeros microscopios.