Hace más de 2500 años, el sabio griego Tales de Mileto fue uno de los primeros en investigar los imanes.

En ese entonces solo existían los imanes naturales que se obtenían de una roca denominada magnetita. De ella se extrae el mineral de hierro. Es posible que ese nombre esté relacionado con la región de Grecia donde se la encontraba, llamada Magnesia.

Unos 1400 años atrás los chinos descubrieron que colgando piedras de imanes naturales de un hilo, estas pendulaban unos instantes hasta que quedaban quietas siempre señalando en una misma dirección.

Tiempo después, basándose en este fenómeno, los chinos construyeron una brújula simple. Estaba fabricada con una magnetita que se mantenía en equilibrio mediante un soporte central colocado sobre una base plana. De este modo el imán giraba sobre la plataforma hasta que se detenía en una dirección.

Los chinos llamaron norte magnético al polo del imán que señalaba hacia el punto norte de los mapas y sur magnético al polo que quedaba mirando al sur de los mapas. Sin embargo los chinos antiguos no consiguieron explicar la razón de este fenómeno del imán.

Fue en el año 1180 en que el inglés Alexander Neckam mencionó que existe una relación entre los fenómenos magnéticos y la posibilidad de orientarse en el espacio.

En el 1600, William Gilbert fue el primero en describir que el imán de la brújula era atraído por los polos de otro imán, la Tierra.

En la actualidad sabemos que nuestro planeta es un gigantesco imán. Uno de sus polos está en el polo norte terrestre y el otro en el polo sur terrestre.

En los últimos tiempos científicos han descubierto que el norte magnético no está fijo en el mismo lugar. Han confirmado que “viaja” desde Canadá a Siberia.

Fuente: www.rincondelaciencia.educa.madrid.org